jueves, 19 de noviembre de 2015

ÉCHALE LA CULPA A DIOS



Fue una relación algo larga, un poco más de un año.  Fuimos muy unidos y pudimos vivir cosas hermosas entre los dos, creo que el cariño y amor era sincero.  Pero como toda relación experimentamos momentos muy complicados, peleas, riñas, disgustos y hasta unas tres veces terminamos.  Claro, luego de llorarlo y conversarlo nos volvimos a encontrar.

Pero esta vez sí, ahora es definitivo.  Ya han pasado muchas cosas, creo que hemos comprendido que nuestro noviazgo no funciona.  Sé que tenemos aspiraciones diferentes y nuestras vidas se van encaminando por otros rumbos.  Pienso que somos lo suficientemente maduros como para afrontar y aceptar esta situación.  Sí me duele, me duele mucho.  Siento que de verdad lo amo, tal vez no como merece pero sí lo amo.  Es por eso que decidí cortar la relación.

¿Hay marcha atrás? Le pregunté a la chica que me contaba el fin de su historia romántica.  Bueno, respondió, siempre hay quizás una puerta abierta, no ahora, hoy no tenemos razones para estar juntos, nos hicimos mucho daño – continuó – Pero como le dije a él, “SI DIOS QUIERE ESTAREMOS JUNTOS, SI ESTÁ EN SU VOLUNTAD NOS VOLVEREMOS A ENCONTRAR”.  Tienes toda la razón, le contesté, “échale la culpa a Dios”.

Me miró confundida y hasta amenazante.  Pero si no le estoy culpando a Dios de nada, estoy dejando el futuro de esta relación en sus manos, ¿cómo puedes decir eso?

Respondí: Si quieren estar juntos es decisión de ustedes, porque se aman, se respetan, toleran y perdonan.  Dios no te pondrá una pistola para que te quedes con el chico, y no le va a amenazar a él para que vuelva contigo.  No puedes obligar a nadie a que te ame, Dios no hace así.  Si te casas la pregunta será: “¿aceptas?”, y tú responderás que sí o que no de acuerdo a lo que tú quieras.  El problema es que somos expertos para responsabilizar a Dios de las decisiones que tomamos o que NO tomamos, como para luego justificar lo que pasó, y en tal caso si algo sale mal, tener un buen pretexto para culpar a Dios o reclamarle por los sucesos.

Así pasa usualmente.  Por eso muchos preguntan el por qué de las guerras, la pobreza, el hambre y la injusticia, responsabilizando a Dios por lo que la humanidad ha hecho.  Cuando somos nosotros los que decidimos si peleamos o si somos pacíficos, si damos de comer o si cerramos la ventana del auto.

Lo que Dios quiere es que tomes una decisión y seas firme, lo que Dios quiere es que busques su sabiduría y su bendición.  Sí, tal vez te equivoques, quizás fracases, pero eso es parte de la vida y del aprendizaje.  ¿O no te caíste cuando aprendías a manejar bicicleta?  Dios no te hizo un títere ni una máquina, él te hizo libre y con voluntad propia.  Así que, si ese chico no es el amor de tu vida, déjalo en paz, no pierdan el tiempo y construyan sus propios caminos, y si crees que sí es él, pues tomen la decisión y manténganse firmes.

Aún me miró incrédula pero algo más animada.  La verdad no estoy segura de lo que quiero, me dijo.  Entonces date un tiempo para calmar tus emociones, hablar con Dios y asegurarte de lo que anhelas – respondí – Puede ser que no estés de acuerdo conmigo, y estás en todo tu derecho, pero recuerda que si tomas decisiones o no las tomas, es tú responsabilidad y no de Dios, por lo tanto, cualquier cosa que pase al final: “deja de echarle la culpa a Dios”.

S. Gavriell Arcos

miércoles, 11 de noviembre de 2015

EL AMOR NO ES LO QUE TE DICE EL CORAZÓN (casi cuento)


 
Recuerdo que tenía algo así como 14 años, la época cuando no entiendes qué rayos le está pasando a tu cuerpo, tu cabeza y menos aún a tu corazón.  No entiendes nada.  Bueno, no entiendes nada más que lo que aquella muchacha de edad desconocida, nombre desconocido, procedencia desconocida, te genera. Hace que la piel se te erice, la sonrisa te aflore, el estómago te tiemble y el corazón se acelere.  Algo pasaba dentro de mí, y en mi “tonto pensar” me estaba enamorando.  ¿De una desconocida?, sí.  Está bien, más o menos desconocida.

Lo que puedo decir con certeza es que ella, Paula (supe el nombre cuando fui por primera vez a la sociedad de jóvenes de la iglesia), tuvo el increíble don de mantenerme atento durante todo el culto dominical y las otras reuniones.  Atento a ella por supuesto, más que a las enseñanzas que tanto necesitaba en aquél entonces.

Siempre fui tímido con las mujeres, con todo quizás, pero ella me elevaba a la cúspide de los temerosos.  Y como de esos temas no se hablaban con los padres, mis amigos andaban en otras y la televisión no me explicaba la realidad, acudí al que seguramente me ayudaría a resolver mi gran conflicto: ¿cómo acercarme a Paula?  Pedí socorro al líder de la sociedad de jóvenes.  Un muchacho maduro de unos veinte y tantos, con toda una carrera pastoral por delante.  Para mí que tan solo era un niño enamoradizo, él venía a ser un cuasi vicario divino.

“Guarda tu corazón” me dijo el enviado. ¿Algo más? Pregunté hundido en dudas. Sí, respondió, “porque de él mana la vida”.  No supe dónde guardarlo, cómo guardarlo, vamos… no supe qué significaba “mana”.  Lo que pude entender con el pasar de los días, las reuniones y enseñanzas, era que mi iglesia tenía estrictas normas que prohibían el enamoramiento en la adolescencia, por lo tanto fijarme en Paula era un acto casi pecaminoso.  Así comprendí que todo lo que mi corazón sentía por ella era una trampa del enemigo para alejarme de mi verdadero propósito en la iglesia, propósito que nunca lo descubrí porque años más tarde me fui a otra congregación.

Supe en ese momento que verla tan bella iba a llevarme a la lujuria, por esa razón quise evitarla, sabiendo que cuando creces y sí tienes el permiso de los líderes para enamorarte, entonces la lujuria desaparece.  Por lo que preferí esperar un tiempo.

En fin, me hicieron entender que el amor no es lo que te dice el corazón, el amor es lo que te dicen algunos líderes. Y por un tiempo les creí.  Pero lo triste es que en aquellos días llegó un muchacho bastante más osado y se llevó a la chica de mis sueños.  Quise “guardar mi corazón” pero amar era algo inevitable en mí, y como no podía enamorarme en la iglesia lo hice afuera en "yugo desigual".  Así que el jefe de la sociedad de jóvenes se enojó conmigo porque me metí con una “chica del mundo”, entonces tuve que alejarme un buen tiempo de ese grupo, no porque hubiera querido, sino porque no era bien recibido.

Una mañana, ya viejo, miré a mi lado y me alegré al ver a mi vieja esposa observándome con profunda ternura.  Le pregunté sonreído porqué me miraba así, y me respondió, que a pesar de mis arrugas encontraba en mí a un muchacho de 14 años, y que a pesar de nuestros antiguos fracasos sentimentales con otras personas, nuestros corazones seguían intactos porque fue Dios el que nos enseñó lo que realmente era el amor, y no la religiosidad.  Por eso me veía con ternura y enamorada.


S. Gavriell Arcos